MIGUEL




   El pasado no se ha ido de nuestra vida; tal vez se han ido las imágenes, pero la huella del momento vivido permanece en el alma pudiendo ser recuperado por medio de una emoción similar al que quedó registrada.

   El olor del río Genal, con mi familia en estos días de agostos me remontó a ese pasado intemporal formado por impresiones del alma, surgidas durante la infancia o juventud, pero vivas y actuales a pesar del tiempo. Nada se ha ido. Todo permanece sumergido en algún rincón de la conciencia.

   El agua, su sonido, la montaña y el contacto con la naturaleza  me hace vivir de nuevo hace unos 15 años y veo a Miguel....

   La voz de Miguel a mis espaldas cortó la contemplación  de la escena y  mi reflexión.

   - El río te invita a que te bañes en sus aguas! ¿Te vas a quedar ahí?

   Pero ni siquiera la maternal insinuación de Miguel era capaz de vencer mi natural rechazo al agua fría.

   -¡Espera que llegue el verano que hoy no me he traído bañador! -le contesté riéndome

   - Pues mira yo...!

   El tembleque le duró un cuarto de hora. Con voz entrecortada y mientras se cubría con una de esas camisas extrañas que sólo usa él, procedentes del Nepal o de alguna tribu india, Miguel me mostró los alrededores de la casa haciéndome reparar en pequeñísimos detalles que denotan su sensibilidad y el cariño a aquel lugar de la Sierras de Cazorla que le vio nacer.




   La mañana entera fue una prolongación de aquel momento. Miguel me enseñó la casa-molino en fase de restauración donde aseguró que se quedaría a vivir para siempre, haciendo de ella parador, no de turistas, sino de buscadores de sí mismos- "Bueno -solía añadir-, eso contando con que no ensanchen la carretera y todo lo que vemos el día de mañana sea todo asfalto.

   Esa era su única preocupación. No disponía de dinero, ni tampoco un empleo donde conseguirlo, pero nada de ello frenaba su ímpetu y su lucha para que no le relegaran de su legado para construir una carretera para atraer a más turistas. Sólo la dichosa carretera que destruiría parte del el valle, recinto sagrado y virgen que Miguel quería preservar a toda cosa, como el que salva una parte esencial de sí mismo.

   En cada visita que le realizaba, su recorrido por aquellas sagradas tierras que circundan el cauce del río y valles adyacentes, situados a los pies de una majestuosa montaña que, según él, protege el lugar, me enseñaba las huertas antiguas, formados por frutales autóctonos que su familia  y generaciones plantaron y que fueron capaces de sustentar a todos sus antepasados durante décadas, mostraba orgulloso cada árbol, cada planta y todos tenían su historia unidas al de su cultura. Según él la montaña protegía este lugar desde sus ancestros, una especie de corazón planetario que da vida al valle; un centro de poder. Miguel lo conocía palmo a palmo, pero sus explicaciones no eran geográficas. El largo camino que asciende río arriba para girara a la izquierda hacia el "Valle de los milanos", estaba jalonado de señales para la conciencia, claves para el buscador que refieren estados del alma. El remanso del río, el bosquecillo cercano o la umbría garganta se convertían en "la ciudad del Laberinto", El bosque de las Animas", " El desfiladero de las Sensaciones" o "la Muralla del enamorado". En el lenguaje simbólico de Miguel. Cada rincón, cada piedra era una señal para el alma, una advertencia en el desconocido camino que lleva al autoconocimiento.

   Miguel ofrecía una visión sutil a cada cosa. La serpiente que sobre una roca irguió la cabeza o el aguilucho que sobrevolaba nuestras cabezas emitiendo su peculiar chillido, alcanzaron de pronto el rango de "animales de poder" portadores de buenos augurios. ¿Quizá leyó en su presencia que no sería ensanchada la carretera?




   Todo a nuestro alrededor formaba parte del vasto territorio de la conciencia, inexplorado, misterioso, del que cada uno traza un mapa a medida que lo recorre. Miguel hablaba como un chamán ilusionado y, aunque su lenguaje distaba tanto del mío, me hice cómplice de su sueño.

   Volvía a mirar la poderosa montaña, sus huertas y el valle que se extendía a nuestros pies con el río que parecía una cinta de plata entre los árboles, y lo vi diferente. Ahora no contemplaba un hermoso paisaje;  ni siquiera una tierra sagrada como él decía. Ahora creía estar viendo el alma de Luis reflejada en cada porción de tierra. Me mantuve en silencio durante unos minutos absorto en la contemplación de mi propio estado interior, nuevo en la relación con Miguel. Y me alegré.

   Horas después decía adiós a Miguel  frente a la vetusta puerta del molino a medio construir, y sentí que su reconstrucción iba pareja a la del mismo Miguel; que cada nueva piedra colocada en sus muros sería un paso más en el descubrimiento de sí. Miré las paredes inacabadas, el tejado insuficiente, las ventanas sin cristal..., y comprendía la hermosa aventura de Luís. Y me emocioné.

   Nos unimos en un fuerte abrazo y él me dijo:

  -¡Adiós, hermano!

  Y yo, sabiendo cuánto significaba para él, contesté:

  -¡Que la montaña te proteja!

A Miguel, tuve la gran suerte de conocerlo hace unos 15 años cuando viví en Andújar, de él aprendí su lucha y entrega, el amor a la naturaleza y la unión a sus raíces...la carretera no se construyó, debido a las movilizaciones y hoy vive de dar clases de yoga y meditación y lo que le ofrece el huerto....





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             HORARIO: DE 10 DE LA MAÑANA A 14,00 HORAS)


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Comentarios

  1. Alguien, hace muchos años, me dijo que después de conocer mis vivencias era capaz de entender con más claridad quien era yo. Años después oí una frase que volví a identificar con lo que aquella persona me dijo: cada uno es el resultado de sus circunstancias. Y los paisajes que nos acompañaron en nuestra infancia, regalándonos recuerdos, también son nuestras circunstancias.

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